Offline
El silencio de El Salvador y la disputa en el Golfo de Fonseca
El Golfo de Fonseca vuelve a ser escenario de tensiones. Honduras denuncia incursiones de embarcaciones salvadoreñas en sus aguas territoriales, mientras El Salvador guarda silencio y no ofrece una versión oficial. El vacío de respuesta abre dudas sobre sus intenciones y consolida la narrativa hondureña en la arena internacional.
Por Administrador
Publicado en 29/09/2025 10:30 • Actualizado 29/09/2025 10:30
GEOPOLÍTICA AL DÍA

Por EL REPORTEROHN

El Golfo de Fonseca, compartido por Honduras, El Salvador y Nicaragua, volvió a encender tensiones en septiembre de 2025 tras una serie de denuncias de las Fuerzas Armadas hondureñas sobre incursiones de embarcaciones militares salvadoreñas en aguas que Tegucigalpa considera de su soberanía. Durante varios días consecutivos, guardacostas y unidades de respuesta rápida de la marina salvadoreña habrían ingresado en territorio marítimo hondureño, obligando a la reacción inmediata de las autoridades, que reforzaron la vigilancia con naves, sobrevuelos de la Fuerza Aérea y coordinación con Nicaragua, que también detectó la presencia de barcos salvadoreños en sus aguas y procedió a escoltarlos fuera de la zona. La crisis devolvió a la superficie un problema histórico no resuelto desde las sentencias de la Corte Internacional de Justicia de 1992 y 2007, que si bien establecieron bases para el uso compartido del Golfo, dejaron espacios de interpretación que hoy resurgen como foco de conflicto.

La versión hondureña es clara y detallada. Las denuncias incluyen fechas, horas, coordenadas, nombres de embarcaciones y hasta comunicaciones ignoradas en las que se instaba a las naves salvadoreñas a retirarse. Honduras sostiene que se trató de una violación evidente de su soberanía y ha respondido declarando un estado de máxima alerta, consciente de que la reiteración de estas maniobras no puede considerarse un hecho fortuito. Para Tegucigalpa, las acciones salvadoreñas constituyen un intento de alterar el equilibrio en el Golfo y de desafiar el marco jurídico internacional que respalda sus reclamos.

El contraste surge al examinar la postura de San Salvador. Hasta ahora, el gobierno salvadoreño no ha emitido un comunicado oficial que reconozca, niegue o explique las incursiones denunciadas. Ningún funcionario del Ministerio de Defensa ni vocero gubernamental ha dado una versión pública que confronte lo detallado por Honduras. Esta ausencia de pronunciamiento plantea más preguntas que respuestas y abre un amplio campo de especulaciones sobre los motivos de las operaciones marítimas salvadoreñas. La falta de una narrativa oficial deja a El Salvador en una posición incómoda: el país aparece en la escena internacional como un actor silencioso mientras Honduras consolida su versión de los hechos con pruebas documentadas y el respaldo de Nicaragua.

Ese silencio puede tener varias interpretaciones. Podría responder a una estrategia deliberada de no escalar la tensión en el discurso público, a la espera de negociaciones diplomáticas privadas. También podría ser la consecuencia de una indefinición interna sobre qué versión sostener, si reconocer que hubo una incursión accidental o insistir en que las aguas donde patrullaban sus guardacostas forman parte de su jurisdicción. El Salvador podría alegar discrepancias en la interpretación de los límites fijados por la Corte Internacional de Justicia, especialmente en áreas donde los fallos no trazan coordenadas precisas. Otra posibilidad es que prefiera forzar un escenario de hechos consumados, manteniendo su presencia en zonas disputadas sin darle mayor visibilidad pública para no alimentar un debate que pueda debilitar su posición interna o internacional.

Lo cierto es que la ausencia de una respuesta oficial convierte a Honduras en dueño del relato. Tegucigalpa ha ganado la iniciativa, denunciando con precisión las incursiones y presentando al país como víctima de una agresión a su soberanía. Nicaragua ha respaldado esa narrativa con su intervención directa en el mar, lo que refuerza la percepción de que El Salvador está actuando de manera unilateral y, por ende, desestabilizadora. Mientras tanto, la comunidad internacional observa con cautela, consciente de que el Golfo de Fonseca no solo es un espacio disputado por tres naciones centroamericanas, sino un punto estratégico para el comercio, la pesca y la seguridad marítima en el Pacífico.

El silencio salvadoreño puede ser un error de cálculo. En disputas territoriales, la transparencia y la claridad suelen ser armas tan importantes como los barcos o los aviones. Al no presentar su propia versión, El Salvador arriesga quedar en una posición defensiva, dejando que sean otros quienes definan la narrativa internacional. Esa pasividad puede acarrear costos diplomáticos, especialmente si Honduras decide llevar el caso ante organismos multilaterales o si actores externos como Estados Unidos o la OEA exigen explicaciones formales. También erosiona la credibilidad salvadoreña en su propio entorno regional, donde el nacionalismo territorial suele ser un recurso político importante.

A pesar de ello, no debe descartarse que El Salvador busque capitalizar este silencio más adelante, presentando su propia interpretación de los hechos en el momento en que lo considere más conveniente. Podría sostener que sus naves realizaban patrullajes rutinarios contra el narcotráfico o la pesca ilegal en aguas que interpreta como propias, o incluso alegar errores de navegación y problemas técnicos. También podría recurrir a la negación categórica, exigiendo a Honduras la presentación de pruebas verificables bajo parámetros internacionales. Sin embargo, cuanto más tarde en pronunciarse, más difícil será revertir la narrativa ya consolidada por Tegucigalpa.

La disputa en el Golfo de Fonseca demuestra, una vez más, que las sentencias internacionales por sí solas no resuelven los conflictos históricos cuando los Estados no muestran voluntad política de acatarlas plenamente. Lo que ocurre entre Honduras y El Salvador refleja tanto la fragilidad de los acuerdos como la persistencia de viejas rivalidades que resurgen en contextos de tensión interna y regional. Mientras no exista un tratado tripartito definitivo que regule el uso del Golfo, las provocaciones, los incidentes y las denuncias seguirán alimentando un clima de desconfianza y riesgo de confrontación.

En este escenario, Honduras apuesta por la denuncia internacional, la visibilidad mediática y la cooperación con Nicaragua, mientras El Salvador guarda silencio y mantiene un margen de ambigüedad sobre sus verdaderas intenciones. El tiempo dirá si ese silencio es un error que debilita su posición o una estrategia calculada para ganar espacio de maniobra en negociaciones futuras. Lo que sí está claro es que el Golfo de Fonseca vuelve a convertirse en un polvorín geopolítico en Centroamérica, donde las palabras no dichas pueden ser tan peligrosas como los barcos que cruzan sin permiso.

Comentarios
¡Comentario enviado exitosamente!

Más noticias

Chat Online