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La incertidumbre política y su costo emocional: el daño invisible en tiempos electorales
Por Administrador
Publicado en 15/07/2025 17:17
Honduras

Tegucigalpa, 15 de julio de 2025.- Más allá de las encuestas, las promesas de campaña y los titulares que marcan el pulso de cada jornada electoral, existe una realidad silenciosa pero devastadora: el impacto psicológico que la incertidumbre política y la narrativa de odio generan en la ciudadanía, especialmente en países con procesos democráticos frágiles.

Conforme se acerca el proceso electoral en Honduras, y con un escenario plagado de tensiones, acusaciones cruzadas, bloqueos institucionales y desinformación, el ciudadano común no solo se enfrenta a la duda sobre quién gobernará, sino a una creciente ansiedad sobre su futuro inmediato.

“Vivimos en un ciclo constante de frustración. Cada elección nos promete cambio, y cada gobierno nos devuelve al mismo lugar: pobreza, exclusión y desconfianza”, confiesa Luisa, una madre soltera en Tegucigalpa que trabaja en dos oficios para sostener a su familia.

Según psicólogos consultados, la incertidumbre política prolongada puede generar trastornos de ansiedad, depresión, fatiga emocional y desmotivación colectiva, especialmente cuando las expectativas de mejora se ven repetidamente defraudadas. El pueblo, en este contexto, deja de creer no solo en los partidos o las instituciones, sino en su propia capacidad de incidir en el rumbo del país.

“El ciudadano se siente usado, engañado y luego desechado. Cuando el sistema político no responde, el daño es emocional: hay desesperanza, estrés crónico, y una percepción generalizada de impotencia”, explica la psicóloga clínica Vanessa Lagos.

Además, el retraso o manipulación de procesos electorales —como el que enfrenta Honduras con el estancamiento del cronograma oficial y disputas internas en el Consejo Nacional Electoral (CNE)— alimenta aún más esta sensación de inestabilidad y temor, profundizando la fractura emocional entre ciudadanía e instituciones.

Otro elemento que agrava este panorama es el uso de narrativas de odio, discursos incendiarios y lenguaje agresivo por parte de actores políticos. Esta retórica no solo polariza, sino que deshumaniza: convierte al adversario en enemigo, y al ciudadano en espectador de un conflicto que ya no controla.

“El lenguaje político hoy es hostil, despreciativo y violento. Eso no es neutro. Tiene consecuencias emocionales reales en la población, que absorbe ese ambiente tóxico y lo vive como parte de su día a día”, sostiene Lagos.

En redes sociales, medios y espacios públicos, el discurso político ha escalado en tono y agresividad, apelando más al resentimiento y al miedo que a propuestas concretas. Este tipo de comunicación, según expertos, genera una ciudadanía dividida, temerosa y cada vez más intolerante al diálogo.

Sin embargo, incluso en medio de este panorama sombrío, la esperanza sigue operando como un motor psicológico y social. Muchas personas aún participan activamente, se informan, organizan y luchan por un mejor país. La expectativa de un cambio verdadero, aunque golpeada, sobrevive como una necesidad vital.

“Tenemos derecho a vivir en paz y con dignidad. No podemos acostumbrarnos a que nos traten como si no valiera nuestro sufrimiento”, dice Mario, joven universitario que forma parte de una red ciudadana que promueve el voto consciente.

Los expertos coinciden en que el sistema político no solo debe garantizar procesos transparentes y funcionales, sino también una narrativa constructiva que reconozca al ciudadano como sujeto activo, digno de respeto y escucha. La política debe sanar para no enfermar más al pueblo.

Mientras tanto, el daño emocional persiste como una herida abierta en una democracia que aún lucha por consolidarse. “No hay desarrollo sostenible si no cuidamos también la salud mental de la ciudadanía. La democracia empieza por la empatía”, concluye la psicóloga Vanessa Lagos.

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