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María Corina Machado: la incomodidad del coraje femenino ante el poder del totalitarismo
Publicado en 14/10/2025 07:14 • Actualizado 14/10/2025 07:15
CRITERIO PROPIO -ALEX ESPINAL

Por Alex Espinal
Periodista, Especialista en Defensa y Seguridad Nacional


El Premio Nobel de la Paz 2025, otorgado a la líder opositora venezolana María Corina Machado, ha marcado un antes y un después en la historia política contemporánea de América Latina. Su reconocimiento por una vida consagrada a la defensa de la libertad, la democracia y los derechos humanos dentro de un país dominado por un régimen autoritario, ha desatado una oleada de reacciones que van desde la admiración internacional hasta el resentimiento ideológico más agrio.

En cualquier democracia sólida, la entrega de un Nobel de la Paz a una mujer que ha enfrentado persecución, censura, amenazas y proscripción política sería motivo de orgullo nacional. Pero en la Venezuela del chavismo, el galardón se convirtió en detonante de una campaña de descrédito feroz, articulada por el aparato de propaganda oficialista y amplificada por sus aliados regionales.

El Comité Noruego del Nobel destacó la “valentía cívica y coherencia moral” de Machado al resistir de manera pacífica las arbitrariedades del régimen de Nicolás Maduro. Su labor política y humanitaria ha sido sostenida bajo amenazas constantes y una vigilancia asfixiante.

A lo largo de dos décadas, María Corina ha enfrentado un hostigamiento sistemático, tanto institucional como personal. Uno de los episodios más recordados ocurrió en plena Asamblea Nacional, cuando el entonces presidente Hugo Chávez Frías, visiblemente irritado por su intervención crítica, la interrumpió con desprecio y le lanzó una frase que hoy retrata su mentalidad autoritaria y machista:

“¡Águila no caza mosca!”, dijo Chávez, intentando humillarla ante la nación.

Aquella expresión, que pretendía reducirla al silencio, terminó siendo símbolo del miedo del poder ante una mujer libre y pensante. María Corina, sin alterarse, continuó hablando. No respondió con insultos, sino con hechos: su trayectoria posterior se ha convertido en una respuesta contundente a aquel intento de menosprecio.

El anuncio del Nobel ha reactivado ese mismo patrón de violencia simbólica. Ministros, diputados y propagandistas del régimen han lanzado ataques misóginos disfrazados de críticas políticas. Se la acusa de ser “elitista”, “marioneta del imperio”, “enemiga de la patria”, con el tono despectivo y burlesco que ha caracterizado el discurso chavista desde sus orígenes.

Pero lo más desconcertante ha sido la reacción del feminismo de izquierda, que en lugar de solidarizarse con una mujer perseguida por el poder patriarcal, ha optado por sumarse al linchamiento mediático. Esa corriente, infectada por el virus del dogmatismo socialista, ha demostrado que su compromiso con los derechos de la mujer es selectivo: defienden a las mujeres, salvo que desafíen al régimen que admiran.

En Venezuela, el feminismo revolucionario se convirtió en una extensión del poder masculino de Estado. El caso de Machado revela hasta qué punto esa ideología ha sido cooptada por la maquinaria chavista, que disfraza su autoritarismo bajo el manto de la “igualdad de género” mientras silencia, encarcela o destierra a las mujeres disidentes.

El veneno ideológico de Adolfo Pérez Esquivel

A esta campaña de deslegitimación se sumó la voz del argentino Adolfo Pérez Esquivel, Nobel de la Paz en 1980, figura respetada durante décadas por su defensa de los derechos humanos. Sin embargo, en una reciente Carta Abierta publicada en portales de izquierda, Esquivel lanzó una acusación tan infundada como peligrosa:

“¿Por qué llamaste a los Estados Unidos para que invada Venezuela?”, escribió dirigiéndose a Machado.

Esa afirmación, que reproduce sin crítica la narrativa chavista, resultó ser un acto de injusticia moral hacia una mujer que ha pedido ayuda internacional, no para una invasión, sino para liberar a su país de una estructura criminal que ha secuestrado las instituciones del Estado.

Resulta desconcertante que un hombre que sufrió torturas y prisión durante una dictadura militar, como Esquivel, no logre reconocer el carácter totalitario del régimen venezolano. Su carta no fue un llamado a la reflexión, sino una muestra de cómo parte del progresismo latinoamericano ha perdido la brújula ética, confundiendo la solidaridad con el sometimiento ideológico.

El cuestionamiento de Pérez Esquivel ignora un hecho incontrovertible: Venezuela vive bajo el control de una red de poder que mezcla autoritarismo político con crimen organizado.

Una corte del Distrito Sur de Nueva York ha señalado a varios jerarcas del chavismo, incluido el propio Nicolás Maduro, por narcotráfico y conspiración terrorista. Las evidencias judiciales y los testimonios de inteligencia internacional describen una estructura que opera más como cártel que como gobierno, aliada con actores externos como Irán, Rusia, Cuba y China.

En este contexto, los llamados de Machado a la comunidad internacional no buscan intervención armada, sino presión diplomática y solidaridad democrática. El verdadero invasor en Venezuela no es extranjero: es el propio régimen que ha ocupado, por la fuerza, las instituciones del Estado, anulando la soberanía del pueblo.

El Nobel llega, además, tras uno de los episodios más escandalosos en la historia política venezolana: el fraude electoral del 28 de julio de 2024.

Las actas originales del proceso demostraron de forma irrefutable la victoria del candidato opositor Edmundo González Urrutia, apoyado por María Corina Machado. Sin embargo, el Consejo Nacional Electoral (CNE), presidido por Elvis Amoroso, proclamó como ganador a Nicolás Maduro sin exhibir pruebas ni permitir verificación independiente.

La reacción internacional fue inmediata: Estados Unidos, la Unión Europea y buena parte de América Latina rechazaron los resultados. Pero dentro del país, el aparato militar y policial impuso silencio a la ciudadanía mediante represión. Fue el robo final del voto y la confirmación de que Venezuela ya no es una república, sino un feudo sostenido por el miedo.

Desde el anuncio del Nobel, María Corina Machado ha optado por no responder a las agresiones. Ese silencio calculado se ha convertido en una forma de resistencia política. No hay necesidad de replicar a quienes se descalifican solos con su odio.

Su silencio no es debilidad: es madurez política. Mientras los voceros del régimen vociferan insultos, ella proyecta serenidad y dignidad. Y esa calma —que irrita al poder— multiplica su autoridad moral.

Su liderazgo recuerda al de figuras históricas como Václav Havel o Aung San Suu Kyi (en sus años de resistencia pacífica), quienes demostraron que la fuerza moral puede desafiar al poder armado cuando se sostiene en la verdad.

El régimen y sus ideólogos odian a Machado porque no pueden controlarla. Su independencia, su intelecto y su firmeza rompen los moldes de una estructura política diseñada para premiar la sumisión.

En el fondo, el chavismo teme algo más profundo que una derrota electoral: teme el símbolo. María Corina representa lo que el poder no puede fabricar ni comprar: legitimidad popular y autoridad moral.

La frase de Chávez —“águila no caza mosca”—, pronunciada con soberbia, se ha invertido en la historia: el águila resultó ser ella, y la mosca, el caudillo que creyó eternizarse en el poder.

La reacción ante el Nobel de Machado revela una fractura moral en la conciencia latinoamericana. Durante décadas, el discurso de los derechos humanos fue monopolizado por sectores de izquierda que denunciaban dictaduras militares, pero callaban ante los abusos cometidos por sus propios aliados ideológicos.

El caso venezolano desnuda esa hipocresía. Defender la libertad no debería tener color político, y quienes justifican la represión en nombre de la “revolución” traicionan los mismos ideales que dicen representar.

El Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado no es solo un homenaje personal: es una advertencia a los regímenes que disfrazan su autoritarismo bajo consignas populares. Es también un recordatorio de que la verdadera paz no nace del silencio ante la injusticia, sino del valor de enfrentarla.

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