Washington. — En una gira de alto calibre geopolítico, el Secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, visitó México y Ecuador esta semana con el objetivo de reforzar la cooperación en materia de seguridad, migración y comercio. Estas visitas estratégicas reflejan un viraje diplomático de Washington hacia América Latina, en medio de crecientes tensiones por intervenciones militares y la defensa de la soberanía nacional.
En México, Rubio sostuvo reuniones con la presidenta Claudia Sheinbaum y el canciller Juan Ramón de la Fuente, en las que se consolidó una colaboración considerada histórica. Aunque no se firmó un nuevo acuerdo, ambas partes establecieron un grupo de implementación de alto nivel para monitorear compromisos en inteligencia, combate al narcotráfico, tráfico de armas y control migratorio. El funcionario estadounidense afirmó que esta cooperación “es la más cercana que hemos tenido, quizás con cualquier otro país, pero definitivamente en la historia de las relaciones EE.UU.–México”.
El Gobierno mexicano, sin embargo, dejó clara su posición sobre la soberanía. Sheinbaum recalcó que ninguna acción estadounidense podrá ejecutarse sin autorización nacional y advirtió que la cooperación debe darse “en el marco de nuestras respectivas soberanías”. Esta postura marca una línea roja frente a las propuestas en Washington que sugieren operaciones militares directas contra los cárteles mexicanos. Aun así, los resultados mostrados fortalecen la narrativa bilateral: 55 capos extraditados a EE.UU., una reducción del 90% en los flujos migratorios y una baja del 32% en delitos de alto impacto.
En Ecuador, la visita de Rubio tuvo un cariz distinto. El presidente Daniel Noboa aprovechó la oportunidad para profundizar la cooperación en seguridad, en un país golpeado por la violencia del narcotráfico. Estados Unidos designó como organizaciones terroristas a las pandillas Los Choneros y Los Lobos, medida que habilita sanciones financieras, decomisos de bienes y mayor colaboración antiterrorista. Además, se comprometieron 13,5 millones de dólares en apoyo antidrogas y 6 millones para la compra de drones de vigilancia, un refuerzo tecnológico clave en la lucha contra el crimen organizado.
El encuentro en Quito también dejó abierta la posibilidad de que Ecuador reciba hasta 300 refugiados al año como “tercer país seguro”, un tema sensible en materia migratoria. De igual forma, cobró relevancia la reforma constitucional que permitiría discutir en el futuro la instalación de bases militares estadounidenses, siempre bajo coordinación ecuatoriana. Noboa mostró mayor disposición a ampliar la cooperación incluso en el terreno militar, a diferencia de la cautela expresada en México.
La gira también incluyó un componente diplomático internacional. Rubio instó a Ecuador y a otros países latinoamericanos a no reconocer a un Estado palestino, argumentando que ello complicaría los esfuerzos de paz en Medio Oriente. Esta postura generó críticas de sectores que consideran la presión estadounidense como una intromisión en las decisiones soberanas de la región. Analistas apuntaron, además, que Washington ve en Ecuador una pieza clave por su sistema financiero dolarizado y su creciente rol como corredor del narcotráfico.
En el plano regional, la gira de Rubio evidencia tres tendencias. Primero, la reconfiguración diplomática de Estados Unidos, que busca contrarrestar la influencia china con una agenda más visible y enfocada en seguridad. Segundo, el delicado equilibrio entre cooperación y soberanía: mientras México exige límites claros, Ecuador prioriza la urgencia de enfrentar al crimen con apoyo externo. Y tercero, los logros tácticos inmediatos —extradiciones, designaciones terroristas, financiamiento— plantean dudas sobre su sostenibilidad política, especialmente si las sociedades locales cuestionan la militarización de la seguridad.
En conclusión, la visita de Marco Rubio refuerza el papel de Washington como actor central en la seguridad hemisférica, pero también abre interrogantes sobre el futuro de la región. La gira envía un mensaje de advertencia y de compromiso: Estados Unidos busca consolidar alianzas en América Latina bajo la bandera de la cooperación estratégica, aunque no descarta medidas más duras si la región se convierte en terreno fértil para el crimen organizado o la influencia de potencias rivales como China y Rusia.