La relación comercial entre Estados Unidos y China entra en horas decisivas. Este martes concluyen los 90 días de tregua arancelaria pactados en mayo, un acuerdo que redujo temporalmente 115 puntos porcentuales en las tarifas que ambas potencias se impusieron desde abril y que había aliviado un embargo comercial de facto.

Aunque en las últimas semanas se multiplicaron los contactos diplomáticos —con reuniones en Ginebra, Londres y Estocolmo— no existe aún un pacto definitivo. Washington no descarta prorrogar la pausa por otros 90 días para evitar un choque que podría sacudir las cadenas de suministro globales.

Según el secretario del Tesoro, Scott Bessent, hay un “principio de acuerdo” que podría frenar unos aranceles que, de fracasar las negociaciones, alcanzarían niveles históricos del 80 % al 85 % sobre las importaciones chinas. El representante comercial Jamieson Greer advirtió que estas medidas serían inevitables si no se corrige el “desequilibrio” y la “sobrecapacidad exportadora” de Pekín.

La disputa no se limita al comercio: compite también la hegemonía en sectores como los semiconductores, la inteligencia artificial y la influencia geopolítica, con el petróleo ruso y el tráfico de fentanilo como temas sensibles. Las próximas horas serán cruciales para definir si la rivalidad se mantiene en el terreno diplomático o escala hacia una nueva guerra comercial.