Las aceras del bulevar Suyapa se convirtieron en un corredor de fe donde iglesias evangélicas y católicas, jóvenes y familias desfilaron portando biblias, pancartas y expresiones artísticas alusivas. La jornada combinó alabanza, oraciones y danzas con un mensaje claro de unidad y esperanza para Honduras.
El pastor Rigoberto García resaltó que esta fiesta permite recordar el poder vivificador de la Biblia. Sostuvo que el texto sagrado ha transformado innumerables existencias y puede seguir siendo guía en momentos de incertidumbre. Luego del desfile, los fieles se congregaron en el Parque de Pelota Lempira Reina para continuar con actos de adoración, exposiciones y música cristiana.
El fundamento legal de la celebración se encuentra en el Decreto Legislativo 157-87, promulgado en septiembre de 1987, que institucionaliza el último domingo de septiembre como Día Nacional de la Biblia. A juicio de líderes religiosos, esto confiere una dimensión oficial a una tradición espiritual con profundas raíces comunitarias.
Este domingo no solo resonó en la capital: ciudades de varias regiones del país acogieron actos similares. Lecturas bíblicas, caravanas, conciertos y testimonios fueron parte del repertorio en una jornada que buscó inundar de luz espiritual distintas localidades.
Más allá del fervor religioso, el evento proyecta simbólicamente el papel social de la Biblia en Honduras: como entidad con capacidad de aglutinar a comunidades, nutrir valores y fortalecer redes sociales que participan activamente en la vida cívica y cultural del país.
Para muchos creyentes, esta celebración anual no es solo conmemorativa, sino también un llamamiento a vivir los principios bíblicos en el día a día. El desfile, la música, las oraciones y el ambiente comunitario se vieron como manifestaciones concretas de una fe que aspira a transformar actitudes, familias y sociedades.
Al concluir la jornada, Honduras respiró un aire de fe compartida. Entre cánticos, abrazos y reflexión, la conmemoración del Día Nacional de la Biblia se cerró como un momento de reafirmación espiritual, pero también de proyección social hacia un país que mira en su Palabra una brújula hacia el futuro.